jueves, 27 de diciembre de 2018


EL ORO Y LA BASURA 
(DECIR LO QUE NADIE SE ATREVE)

Bogotá, junio de 2017 
El lema que esta año enmarca el Día Internacional de los Museos DIM, “decir lo indecible en los museos”, es un buen punto de partida para reflexionar seriamente sobre la suerte de nuestro patrimonio artístico, cultural y museográfico, lo que dado las circunstancias y las directrices relacionadas con las políticas y la gestión oficial en educación, arte y cultura, nos permite decir sin tapujos: ¡El rey está en pelotas! 
Obviamente esta expresión alude al fabuloso cuento de H.C.Andersen, “El traje nuevo del emperador”, en donde la espontaneidad de un niño deja en evidencia la ridícula extravagancia del monarca de algún país, embebecido por los falsos halagos de su corte.
Hoy que la inversión de valores éticos y estéticos transversaliza todas las instancias institucionales incluyendo por supuesto las artísticas y culturales, traemos a colación esta historia con su moraleja, porque  vemos como campean la alienación y la perversión sin escrúpulos. Vemos la arrogancia de esos agentes públicos – y privados que igual se lucran del Estado-, pavonearse convencidos que nadie se atreverá, so pena de pasar por ignorante en cuestiones de arte y cultura, a enrostrarles su mezquindad y su felonía con el sentido común y el buen gusto, pues supuestamente el pueblo raso no visita museos ni asiste a los numerosos foros que organizan las universidades.
Así que sea este el momento para afirmar que las cebras seguirán siendo negras y blancas, por más que el anterior alcalde se empeñara en pintarlas de colores y dejara marcada toda la ciudad capital como territorio “gay”, pero sin tener el valor civil de reconocerlo. Y que no debe ser lo común la excepción sino la regla.
Decir además, que nuestra población padece innumerable cantidad de flagelos de todo tipo que, mediante una formación cultural con identidad propia y valores revertidos, tienen posibilidad de  solucionarse. Esto es algo que obvian nuestros gobernantes y por tanto no contemplan las políticas públicas que en tal sentido se implementan. Ese Estado que desprecia la formación de una cultura popular, es por tanto otro flagelo que por lógica nunca podrá cumplir aquello que vive prometiendo.
Hay que decir específicamente que, desde que se está implementando el tal “enfoque diferencial”, la inequidad, la injusticia, la violencia y sobre todo la degradación social han crecido. Todas esas lacras que sobre el papel iba a combatir, se han multiplicado exponencialmente y eso es apenas lógico. Más que de locos, es de estúpidos pretender que basado en las diferencias se pueden resolver problemas o conflictos sociales que las mismas diferencias mal enfocadas han constituido y que se puede establecer un dialogo de reconciliación  nacional y convivencia que resulte efectivo. La experiencia ha demostrado que es apelando a lo poco o mucho que se tiene en común que puede empezarse a construir  genuinamente un dialogo racional y que puede así una nación entera reencontrarse.
Hay que afirmar que la universalidad de los valores humanos es un hecho irrefutable y que los principios elementales de derecho, cobijan también a una mayoría heterosexual, mestiza y profundamente sencilla, hoy olvidada y excluida. Y que esos valores no pueden quedar ahora en entredicho por una minoría alienada y pervertida que se inventó una “nueva ciudadanía” para relativizar todo a conveniencia y que predica ser inclusiva, pero a costa de excluir esas mayorías.
Decir que, independientemente que la UNESCO se digne asignarle un estatus, es nuestro folclor el patrimonio cultural que está en peligro de extinción (sobre todo el andino). Los últimos gobiernos han eludido la responsabilidad constitucional de protegerlo y promoverlo y a cambio han dilapidado los pocos o muchos recursos para el arte y la cultura, importando y promoviendo culturas emergentes ajenas a nuestra idiosincrasia, que en lugar de enriquecer, han empobrecido la propia identidad y han ensombrecido el panorama artístico nacional. La depredación y la destrucción de los ecosistemas naturales, en relación con el medio ambiente, es solo un reflejo de lo que pasa en la cultura. Fusionar o mezclar impúdicamente el bullerengue con el rap o la guabina con el rock y luego afirmar que de esta manera estos riquísimos ritmos tradicionales se van a salvar, es tan perverso como contaminar el agua para salvar el manantial.
Sea este el momento para reclamar por que la “ideología de género” tiene impuesta catedra en los colegios, mientras que la Historia (como ciencia que es) no forma parte del pensum académico oficial. Es una desgracia que los jóvenes no conozcan el pasado de la sociedad en la que viven y que más del 60% de los bogotanos se quieran ir a vivir a otro lugar del planeta. Esa corriente de la “nueva historia”, una elite privilegiada que adora las modas foráneas, por aberrantes que sean, solo porque vienen de afuera, está logrando que las generaciones recientes tengan cada vez menos arraigo, menos identidad y sentido de pertenencia, confundidas por unas ciencias sociales y una historiografía despojada de su episteme,  regidas por el caos incomprensible de una realidad cambiante y ambivalente. Sin timón y sin norte.
Esa falta de objetividad, de un por qué y para que, deja servido el camino sin porvenir de una comunidad privada de un sustrato histórico tan necesario en todas las culturas, pero muy conveniente eso sí, para los fines y los intereses de una globalización impersonal, de una corporatividad transnacional sin ningún tipo de identidad local que le haga contrapeso.
Un vástago de esa nueva historia, la “nueva museología”, sublimiza todas estas contradicciones. Si bien los museos públicos ofrecen cada vez más escenarios de gratuidad para la población, terminan cobrando caro con una guía que desvía la atención que debería estar en la educación. Una museología que banaliza  la historia y ahora parece haberse quedado sin tema para sus muestras. Llena sus contenidos con la experiencia de quien posiblemente solo puede exponer su inexperiencia.
Así, resulta tristemente cómica la tarea que le han encomendado a los mediadores del Museo del Oro, de tratar de convencer a los visitantes, que la invasión cruel que siguió al Descubrimiento de América, ¡fue fruto de un dialogo o una negociación entre dos culturas! ¡Que tenía más valor una concha marina que el oro para los indígenas! ¿Cómo pretende esa sofisticada ralea que no quede al descubierto sus oscuras intenciones?
¿Puede ser museo cualquier callejón o potrero y ser el propio espectador objeto de la exposición? De ser así, volvamos entonces la mirada a la naturaleza, pues tiene sin duda más valor museográfico el ser humano en armonía con el campo, que los desechos de cualquier antro urbano.
Digamos también, que resulta forzada la relación y el dialogo que trata de establecer el Museo Nacional con la exposición Arte y Naturaleza en La Edad Media, con las piezas precolombinas del ICAHN. ¿Acaso que tiene que ver una cosa con la otra? ¿Qué sentido relevante puede tener, en el contexto histórico bicentenario que vivimos y en el marco del Año Colombia- Francia una exposición de la Edad Media en lugar de, por  ejemplo, una sobre la Ilustración?  ¿Una posibilidad poco retorcida o demasiado obvia para ser interesante? Como dijo Regis Debray, “…aún no termina el trabajo de la Ilustración…”. Esta labor quedó suspendida en el tiempo por la reacción traidora de una restauración decimonónica en continua renovación. El mismo Emmanuel Macrón, presidente electo de Francia, recién lo ha referido:”…El mundo nos mira por que esperan que defendamos en todas partes el espíritu de la Ilustración….” Al final, siempre se termina apelando a la razón.
Sea este el momento para decir que tenemos una historia digna que no se merece que el establecimiento la esconda o haya recurrido a ella solo para nombrar parques, colegios o universidades y que esa historia es ni más ni menos, la que rescata del olvido, los Bicentenarios de la Independencia de América o de la Colombeia, como singularmente bautizó Miranda nuestro continente.
El sacrificio de los mártires de la Época del Terror o La Reconquista hace doscientos años, dejaron a las futuras generaciones lecciones que deberían haberse aprendido y un ejemplo incomparable de valor y dignidad. Pero siendo tan necesaria esta conmemoración, hoy no motivan ni una emisión de billetes o monedas, ni una convocatoria artística y cultural de reparación simbólica, ni una exposición verdaderamente trascendente, ni nada. Tal vez será esta omisión porque se trata de valores éticos y morales que tanto estorban a esa laya poderosa. Desde el más allá la Pola sigue increpando estos infelices: “…cuanto os compadezco…”
Aquí, debemos hacer una salvedad por la gestión valerosa que condujo a la recuperación de La Plaza de Los Mártires en el sector del Voto Nacional en Bogotá. Y preguntarnos si no es acaso por esto que al actual alcalde capitalino le quieren revocar el mandato.
Los Bicentenarios de la Independencia Grancolombiana con su aureola romántica, idealista o realista, reclaman un lugar en la agenda cultural oficial, por que evocan una conciencia de grandeza esquiva actualmente en las altas esferas. Como política de Estado, estas efemérides deberían estar revestidas de una importancia superlativa, inspirando la gestión y el diseño de políticas públicas en todas las áreas, especialmente en las artes y por qué no, servir como telón de fondo para las conversaciones con los grupos insurgentes. He allí, el tan significativo factor común al que hay que apelar, pero que hoy esta ausente.
Afirmar entonces, que esa misma elite alienada y pervertida, tiene una visión  miope de nuestra historia y que escasamente puede recrearla desde El Bogotazo o La Guerra de los Mil Días. El Museo Nacional de la Memoria que está montando el CNMH, por ley, ¡solo reparará y dignificará víctimas de la violencia pero a partir de 1985! ¿Acaso la historia bicentenaria no está lo suficientemente decantada para reconocer como víctimas a Galán, Caldas, Tadeo Lozano, Antonia Santos, La Pola y tantas otras? ¿Por qué el Estado discrimina estas víctimas negándoles justo en el bicentenario de su odisea, esa reparación simbólica y dignificación? 
Se está renunciando a abordar la etapa más notable y posiblemente la única popularmente victoriosa de nuestra historia por la más infame, ignominiosa y frustrante, quizá con el pésimo y desalentador propósito de alimentar la teoría de una nación inviable; y de paso hacernos creer que esa historia bicentenaria ya prescribió y que esas luchas por unas reivindicaciones aún pendientes, no tienen conexión, ni continuidad, ni vínculo con la situación actual.
Pasó con otro museo que originalmente fue pensado para conmemorar uno de Los Bicentenarios de La Independencia en los terrenos del Cementerio Central. Su destinación se cambió caprichosamente después de construido el monumento principal, para renombrarlo como el flamante Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y en donde no se hace otra alusión que no sea a las víctimas de elite que el mismo Estado, con su enfoque diferencial, el favoritismo y el tráfico de influencias ha creado y que esa “paz estable y duradera” sigue creando.
Finalmente, hay que denunciar que el Libertador en vida no tuvo unos enemigos más encarnizados como los que hoy manejan la museografía de la Casa Quinta que se erigió como museo en su nombre; y los próceres del Grito del 20 de Julio, igualmente con la Casa Museo de la Independencia. En los guiones de estos dos establecimientos lo que predomina es la distorsión historiográfica, el envilecimiento de estas figuras y la burla. Para asegurarse de que un tributo bicentenario no fuera programado en sus instalaciones o tuviera acogida algún acto que honrara esa memoria, fueron excluidos y proscribieron de sus criterios de selección en las convocatorias de intervención, categorías tales como homenaje simbólico y conmemoración.
Así las cosas, lo que va a tono con esa nueva museología desnaturalizada, sin conciencia nacional ni pundonor educativo, es por ejemplo, ¡un busto de Bolívar cubierto de excrementos! Esa fue la propuesta ganadora hace dos versiones del concurso “Intervenir la Historia”. Un concurso que Mincultura enajenó hace años a una universidad privada y tal parece que también el manejo de los dos museos. Escuchando a la directora, María Elvira Pinzón, decir que es en la basura donde el arte puede hallar ahora un valor estético, es cuando de manera decepcionante e insólita, lo inexplicable puede tener alguna explicación.


ELKIN GAVIRIA
 POMBOZEA
Artista y Gestor Cultural por la Paz
PROGRAMA DE RECONCILIACIÓN Y CONVIVENCIA PRECON
@Preconcolombia
Cel. 3155124914